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domingo, 24 de abril de 2016

La mecánica del corazón, pag 101

Nos amamos con mucha intensidad, y la pasión aumenta con los días. Apenas hablamos pero nos emocionamos a cada instante. Mi cuerpo está mejor que nunca, me encuentro lleno de fuerza y energía.

Mi corazón se escapa de su cubierta-prisión. Vuela por las arterias, instalándose bajo mi cráneo para convertirse en cerebro. ¡En cada músculo y hasta la punta de los deseos, el corazón! Sol feroz por todas partes. Enfermedad rosa de reflejos rojos.

Ya no puedo estar sin su presencia; el olor de su piel, el sonido de su voz, sus pequeñas maneras de representar a la muchacha más fuerte y a la más frágil del mundo. Su manía de no ponerse las gafas para ver el mundo tras el cristal ahumado de su visión lastimada; su forma de protegerse. Ver sin ver de verdad y, sobre todo, sin hacerse notar.

Descubro la extraña mecánica de su corazón. Funciona con un sistema de concha autoprotectora ligada a la falta de confianza que la habita. Una ausencia de autoestima peleándose con una determinación fuera de lo común. Los resplandores que produce Miss Acacia al cantar son los estallidos de sus propias fisuras. Es capaz de proyectarlos sobre el escenario, pero en cuanto la música se apaga, pierde el equilibrio. Aún no he descubierto qué engranaje tiene roto.

El código de acceso a su corazón cambia todas las noches. A veces, la concha es dura como la piedra. Por mucho que pruebe con mil combinaciones en formas de caricias y palabras de apoyo, apenas consigo quedarme en las puertas de su misterio. Sin embargo, ¡me gusta tanto hacer crujir esa concha! Escuchar ese pequeño ruido que produce al desactivarse, ver los hoyuelos que se marcan en la comisura de sus labios y que parecen decir «¡Sopla!». El sistema de protección volando en dulces pedazos.

— ¡Cómo domesticar a una centella, he ahí el manual que necesitaría! —le digo a Méliès.

—Un compendio de alquimia pura, querrás decir… ¡Ja, ja! Pero las centellas no se domestican, muchacho. ¿Te imaginarías a ti mismo tranquilamente apoltronado en tu casa con una centella enjaulada?

Ardería y te quemaría con ella, ni siquiera podrías acércate a sus barrotes.

—No quiero meterla en una jaula, solo querría darle un poco más de confianza en sí misma.

— ¡La alquimia pura es eso exactamente!

—Digamos que yo soñaba con un amor grande como la colina de Arthur’s Seat y me encuentro con una cadena de montañas que crece directamente bajo mis huesos.

—Tienes una suerte excepcional, ¿lo sabes? Poca gente se acerca a ese sentimiento.

—Tal vez, ¡pero ahora que ya lo he probado, no puedo pasar sin él! Y en cuanto ella se encierra, me quedo completamente vacío.

—Conténtate con aprovechar los momentos en los que todo eso te atraviesa. Yo también conocí a una centella, y puedo decirte que ese tipo de muchachas son como el tiempo en las montañas: ¡imprevisibles! Aunque Miss Acacia te quiera, no lograrás controlarla jamás.

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